Escribo
recordándome del día en que dio sus primeras señales de que llegaría. Momentos
de mucho dolor, de desprecio, abandono, soledad, orgullo herido, confusión.
Odio y resentimiento abrumando el corazón, el deseo de desaparecer y no
encontrar nada y nadie más del pasado tan presente dentro de si. Fue así que
dentro del vientre del mundo él creció, haciendo elecciones personales que
dejaron su alma y su corazón en pedazos. Y nosotras, a través de la fe, dentro
del vientre de DIOS, fuimos engendrando un nuevo bebé. Creyendo, orando, ayunando, clamando,
sacrificando y determinando, fui preparándome para la hora del parto…
En un día muy especial, después de pasar por el altar de mi iglesia, derramando todo de mi a los pies de Jesús, regresé a casa para aguardar la llegada del hijo que estuvo siempre tan lejos de los sueños que para él, un día soñé. Preparaba la cena, cuando tocó el timbre: ¡me llegó una fuerte contracción, que me dio escalofríos en el alma! Abrí la puerta y allí estaba él. ¡Llegó mi bebé! ¡La Mano de DIOS, como si fuera una cigüeña lo trajo del fondo del pozo, de SU vientre a mis brazos finalmente, luego de tantos años de espera!
Estaba
todo sucio, desarreglado, abatido, triste, humillado, perdido y sin tener a
donde ir. Después de haber sido echado fuera por las personas que él ni
siquiera hubiera imaginado que serian capaces de hacerlo. Sin dinero, casa,
comida, estudio, con vicios y todos sus sueños destruidos… yo lo abracé y lo
dejé entrar. La
“cuna” hacía mucho estaba preparada, ungida y consagrada a DIOS. Allí fue
colocado el hijo tan esperado que finalmente había vuelto. ¡Ese primer año no fue fácil!
Necesitábamos conocernos nuevamente, imponer
limites, reglas y recomenzar un proceso de reeducación general que un día fue
interrumpido. El
choque fue inevitable. ¡Un bebé cambia la rutina de cualquier hogar! Pero,
viviendo la fe en DIOS, usando de muchas armas espirituales preciosas para
vencer grandes luchas, la convivencia poco a poco fue restablecida y con mucha
determinación y perseverancia, hemos colocado cada cosa en su lugar… Con 1 año
de nueva vida, ya tenemos grandes avanzos: la auto-estima recuperada día con
día, las ganas de vivir y de ser alguien ya está brotando adentro de él, una
nueva profesión en constante expansión, deportes y cuidados personales
realizados voluntariamente, la sonrisa cada día más frecuente, noches de sueño
tranquilo, responsable con él mismo y con los compromisos asumidos.
Sin
hablar de los detallitos y mimos con los cuales me sorprende cada día, haciendo
borrar todos aquellos días de agonía, indiferencia y rebeldía. A cambio hoy,
encuentro papelitos con palabras dulces: “Te amo”, “gracias”, perfumes finos y
caros, maquillajes de marca que me gustan, (pues ha observado mis gustos),
postres especiales de regreso a casa, pizza sorpresa… ¡y hasta me avisa cuando
llegará más tarde!
Hoy
mismo me regaló mi soda preferida acompañada de un paquete de pasta de letritas
para nuestra sopa de la cena, que él mismo compró y aun me dio un beso sin que
yo le pidiera. ¡Y hasta la seña de su tarjeta de crédito por si acaso
necesitamos!
Describo
todos esos detalles para revelar la grandiosidad de lo que está pasando. ¡En
tan solo un año, muchos cambios! El odio y la rebeldía poco a poco han sido
banidos a través de las cadenas de oraciones, que funcionan como verdaderas
“escobas” espirituales en los corazones más rocosos.
Los primeros pasitos para una nueva Vida están siendo dados. La inseguridad, los miedos y tensiones de esa fase inicial están siendo superados, con toda certeza, muy pronto veré a mi bebé caminando a pasos firmes rumbo al Bien Mayor, la Salvación.
En
esta fecha especial, conmemoro con las “Madres en Oración” ese primer año de la
nueva vida de mi bebé. Pues, el “Madres en Oración” fue el sector de la
maternidad usado por DIOS para traerme ese bebé tan esperado, con derecho a una
hermosa enfermera, mi querida hija Mariana,
que también tuvo la oportunidad de relatar aquí su transformación de vida.
Agradezco
a Dios y a todas las madres, que con sus rodillas en el piso, en medio a muchas
luchas, con amor unieron la fe, y me ayudaron de varias maneras, regando con
lagrimas la semilla que se ha transformado en ese fruto llamado LUCAS.
Querida
mamá, venga también hacer parte de esta fiesta de puras alegrías, preparando la
llegada de hijos renovados a través de la fe, orando, clamando, sacrificando,
con determinación en ese propósito.
Con
eterno cariño y gratitud a DIOS y a las Madres,
Lorena
Sebastian
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