No hice planes para embarazarme, pero cuando completé los 5
meses de casada, llegó la noticia de que estaba embarazada. Todo el cuidado era
poco para aquel ser que crecía adentro mío. No conocía el poder de Dios, era
solo una mujer llena de religiosidad. Sin sabiduría, presenté mi hija a los
espíritus. Mi amada hija Luciana nació en 1982, mi esposo y yo, conocimos al
Dios vivo en 1984.
Oí hablar de Jesús, y entonces empecé a cambiar la manera de
educar a mi hija, entendiendo lo que era cierto y errado. Empecé dentro de los
padrones cristianos. El tiempo pasó y mi familia siempre sirviendo a Dios, de
un estado a otro.
No me daba cuenta que mi hija estaba lejos, y ya se apartando de
la fe que aprendió, estaba creando su mundo. Yo no lograba ver que ella no
quería hacer parte de nuestro mundo. Ella estaba construyendo su mundo en los
bailes, salidas, paseos con amigos. A pesar de presentar ese comportamiento
ella era una niña tranquila. Pero, esa tranquilidad se fue y ella se tornó rebelde,
contestadora, inquieta, quería hacer cosas que no nos gustaba porque sabíamos
que era errado. Al mismo tiempo que estaba cerca de nosotros, se apartaba.
Pues, su cuerpo estaba presente, pero su mente, muy lejos.
En la adolescencia presentaba una tristeza muy grande, casi una
depresión, quería hacer solo sus voluntades. Yo no me daba cuenta que adentro
de ella existía un gran vacío. Ella trababa una lucha interior muy grande y eso
me hería cada vez más. Sus “amigos” de la escuela, del curso, de la academia,
del internet, eran para ella lo que había de más importante… Sé que los jóvenes
tienen sus momentos a solas en su mundito, pero no nos impide entrar en él para
ayudar. Me di cuenta que la estaba perdiendo, eso me hacia sufrir y sentir
mucho dolor, ¡y que dolor grande, mi Dios!
Y así fueron días y noches horribles, solo Dios para
consolarnos. Todo la molestaba, ella empezó a irritarse cuando éramos
transferidos de un lugar a otro, cuando tenía que cambiar de escuela. Ella
tenía su sueño y deseaba realizarlo muy lejos de nosotros, eso era muy claro
por sus actitudes.
Empecé a luchar, orar, actuar la fe, hacer cadenas, ir delante
del altar cuando el Pastor o el Obispo llamaba, iba y no me importaba con lo
que iban a pensar, porque yo estaba determinada a vencer ese mal que quería
destruir a mi hija.
Con sabiduría, fui conquistando su
amistad, conversábamos mucho. En una ocasión yo estaba orando en su cuarto,
acostada en el piso, con sus fotos en las manos, clamando, cuando ella entró y
me mandó levantar, porque ella no quería hacer la obra de Dios, no quería tener nuestra
vida, pues se creía muy bien. Ella no quería tener un compromiso con Dios.
Fueron momentos de mucho dolor y mucha lucha, pero valió la pena. Yo jamás desistí
de mi hija. Jamás debemos dejar de orar, de clamar, de ejercer la fe con
inteligencia.
Hice un propósito por la vida sentimental de ella, y hablé con
Dios que Le seria fiel hasta que Él la bendijese colocando en su vida un hombre
de Dios, para unirse a ella y juntos poder crecer. No recuerdo cuanto
tiempo permanecí perseverando, ¡y aconteció! ¡Todo cambió, ella se convirtió!
Dios hizo la obra por completo en todos los aspectos. Y hoy ella hace la obra
de Dios en el Altar, está al lado de un gran hombre de Dios. Solo tengo que
agradecer por todo lo que Él hizo y hará.
Así, por la fe generé a mi hija en el Altar de Dios, hoy estoy
muy feliz en poder hacer parte del Proyecto Madres en Oración y estar ayudando
llevar a las mamás la misma fe que transformó mis lágrimas en sonrisas, en
júbilo de alegría.
¡Mamás, no desistan de sus hijos, luchen en la fe con sabiduría!
¡Muchas gracias Señor Jesús!
Cuenten con nosotras en ese propósito,
Rosane Oliveira
Coordinadora del Proyecto Madres en
Oración – Santa Catarina – Florianópolis – Brasil.
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